Como consecuencia de la lectura del trabajo publicado en la revista “Nature Reviews Endocrinology”, “El papel de la senescencia celular en el envejecimiento y la enfermedad endocrina”, (Khosla S, Farr JN, Tchkonia T, et al. 2020 May; 16(5): 263-275), se me han ocurrido unas reflexiones.

Es bueno que el parón pandémico no haya afectado nuestra capacidad imaginativa, porque es causa de la actividad cognitiva y alimento de juventud, independientemente de la edad.

Resulta que, con el envejecimiento de la población, de un tiempo a esta parte, incluido el paréntesis de la alerta, ha crecido el interés en la ‘hipótesis de la gerosciencia’, que postula que la manipulación de los mecanismos fundamentales del envejecimiento retrasará el mismo y, a la vez, retardará la aparición, o reducirá la gravedad, de múltiples enfermedades crónicas no transmisibles,

Ya lo dijo y lo dice María Blasco, esta alicantina de la que hemos de sentirnos tan orgullosos y que bien merecería un reconocimiento público.

María casi ha inventado la gerosciencia, que ya es el desiderátum de las etiquetas que asume la vejez.

Desde hace unos cincuenta años, quizás más, se ha intentado no solamente entender el proceso de la ancianidad, sino encauzar sus consecuencias; además, reciclar los parámetros de convivencia social y tratar de paliar las alteraciones resultantes. También acabar con  el viejismo, que es un mal, como el sexismo o el racismo, que todos hemos compartido -sin querer-, sin darnos cuenta.

¿Es posible que, la vejez, el envejecimiento, pase de ser un “inconveniente”?

Me ocurre que, de una publicación interesante como la de Nature Review… etc.,   acudo a Facebook y me encuentro con Cicerón, a manos de Antonio Gracia, quien se plantea el envejecer y la muerte. Son obsesiones de hombre pensante, desde el primer “homo sapiens” que habitó este mundo. Pobablemente Adan ya se planteó, tras el debacle existencial del Paraíso, el envejecer y el morir. Como lo conciben Platon o Cicerón, en este caso, Antonio Gracia se lo imagina, como intelectual que escribe. Sin duda Gracia es, hoy por hoy y sin ánimo comparativo, el mejor poeta vivo entre nosotros.

“Nada nos envejece tanto como pensar que envejecemos. Y nada nos mata tanto como considerar continuamente que hemos de morir”. Lo dice Cicerón y lo repite Gracia.
“La vejez y la muerte no son derrotas del hombre”, sino inútiles o enigmáticas victorias de la inexorable biología.

Y Cicerón hace hablar a Catón el Viejo, un vigoroso anciano de 84 años que conversa con dos jóvenes admiradores suyos. “De Senectute” se titula el libro y, en un pasaje, nos lo cuenta y atribuye los defectos achacados comúnmente a la edad al propio individuo y no a la vejez en sí misma. ¡Que modernidad la de Marco Tulio! ¡Que guay!, diríamos hoy.

“Del mismo modo que la petulancia y el libertinaje son más propios de los jóvenes que de los viejos, pero no de todos los jóvenes sino solo de los no virtuosos, así también esta necedad senil que solemos llamar demencia es propia de los ancianos sin seso, no de todos”. Ciceron dixit. Corría el año 44 a.d.C.

“Todos desean alcanzar la ancianidad y se quejan de ella cuando la han conseguido: tan grande es la inconsistencia y la sinrazón de la necedad”. Añade.

La modernidad de Catón, reclama una transformación del pensamiento en relación a la vejez y al envejecimiento.

Por cierto, ¿qué más da el nombre que le pongamos a ese o esos periodos, más allá de una edad en la que la norma se empeña en mandarnos a la jubilación? La tecnocracia hace que pensemos que, cambiándole el nombre a las cosas, cambia su esencia. Error. Se llega a la presuntuosa ridiculez de, por no hablar de viejo, anciano, de abuelo o senecto, hablemos de “mayor joven”, “mayor adulto” etc. Una caricatura, casi un sarcasmo, que hubiera firmado nuestro Luis Casteig Torregrosa en la revista “Buen Humor”.

Cicerón pone en boca de Catón la trascendencia de las cuestiones que hoy reclamamos. Dice Catón que la vejez tiene “mala prensa” porque…, “nos aparta de las actividades profesionales; porque vuelve al cuerpo más enfermizo; porque priva de casi todas las experiencias placenteras y porque no dista mucho de la muerte”.

Y volvemos a  María Blasco, como representante de la gerosciencia.

Resulta que la senescencia celular es un mecanismo fundamento del envejecimiento que puede contribuir o causar características relacionadas con la edad, mas también múltiples enfermedades. Lo curioso es que esta “senescencia celular” puede suceder a cualquier edad, incluso en individuos jóvenes.

La cuestión es que la ciencia gerontológica lo que intenta es luchar contra estas células, capaces de morir pero también de transformarse en células malignas, causa de desagradables enfermedades. Por eso María, nuestra María, no dice que no moriremos; nos promete una muerte en plena juventud, a los 140 años.

No escondamos la edad, expongámosla abiertamente, con el espíritu joven que nos aporta la experiencia y el estudio.  Esta “vida consigo mismo” traerá también otros placeres, como los de la lectura, la escritura, la comunicación, la experiencia de compartir y saberse compartido.

Cicerón escribe en la página de “De Cato Maior de Senectute” el dialogo del viejo Marco Catón con los jóvenes Lelio y Escipión , quienes  admiran cómo soporta tan fácilmente la ancianidad. Y las palabras del viejo que les indica: “Las armas más universalmente apropiadas de la ancianidad, Escipión y Lelio, son las habilidades artísticas y los ejercicios propios de las virtudes; las que cultivadas en cada etapa de la existencia, luego de una vida larga y plena, producen frutos admirables”.

Resulta que en mi caminar por las avenidas del pensamiento, la búsqueda me ha llevado a María Eugenia Góngora y su magnífico trabajo “De Senectute Una reflexión sobre la ancianidad. Lo explica con mucha claridad, que procura su conocimiento, y nos dice que  si vemos a un anciano “crédulo, olvidadizo o descuidado”, afirma Catón que “estos son defectos no de la vejez sino de una ancianidad torpe, indolente y somnolienta”.

Y propone en Catón hacia el final del diálogo sus creencias sobre la naturaleza del alma y de la muerte, ya que mientras más cerca se está de ella, dice, “con mayor claridad la distingo”.

Leer estas palabras del personaje de Cicerón, no solamente estimulan la esperanza y hablan de optimismo y conformidad con nuestra vida, sino del futuro.

El enigma de la vida después de la vida. “Porque – dice Catón-_si me equivoco en esto, en que creo que las almas de los hombres son inmortales, con gusto me equivoco, ni quiero, mientras vivo, que me saquen por la fuerza de este error, en el que me complazco; pero si ya muerto, como algunos filósofos insignificantes opinan que no sentiré nada, no temo que esos filósofos puedan burlarse de mi error una vez muertos. Porque si no habremos de ser inmortales, es deseable en todo caso para el hombre desaparecer a su tiempo apropiado: pues la naturaleza, como para todas las cosas, asigna igualmente un límite para la vida.

Y, además, esto lo rubrico yo, la ancianidad es la escena final del acto de vivir, y hemos de vivirla con plenitud.

FRANCISCO MAS-MAGRO Y MAGRO

Vicepresidente de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo.