Están siendo meses muy difíciles. De hecho partimos desde la esperanza que tuvimos de que fuera una situación temporal, pero en este momento, sin alcanzar el porcentaje de protección, necesario para confiar en la inmunidad poblacional, y con una vacuna aún lejos de ser considerada solución masiva y segura, no nos  queda más remedio que hacer del término “resiliencia”  la bandera que nos permita seguir adelante.

Sin embargo, a los abuelos nos queda un resquicio de amargura, que nos puede dar permiso para gritarle a todo aquel que intente vendernos que es posible la conciliación sin perder la cordura.

Algo tan terrenal como la necesidad de afecto, hace que los abuelos suframos mucho la distancia.

Me remonté, para dar ánimo a mis nietos, a los tiempos de la mal llamada “gripe española”, del 18 del pasado siglo. El amor en los tiempos de gripe, que me refirieron mis abuelos, los tatarabuelos de los que ahora son mis nietos.  Y a estas alturas, anhelando un final feliz, después de  meses de un controvertido confinamiento, la situación podríamos titularla: “Abuelos al borde de un ataque de nervios”.  Es la realidad que nos preocupa.

“Los niños parece infectarse de forma similar a los adultos y suelen expresar de forma más leve los síntomas asociados”. Pero, es cierto, son una potencial fuente de transmisión a los mayores. Esto nos llega desde las “fuentes” (francamente confusas) de la administración.

Los mejicanos, tan dados al humor, qué remedio cuando no les queda otra, han inventado un nuevo adjetivo: “Gatellear”.

Hugo López-Gatell Ramírez es un médico epidemiólogo, investigador, profesor y funcionario público mexicano, titular de la Subsecretaría de Prevención y Salud Publica. Es, nuestro Fernando Simón, que en su “simonear” nos ha infundido algo parecido a la confusión, desde el principio.

Pero  – y esto es una opinión mía, de quien esto firma, aunque se publique en la web de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo; un comentario al estilo “Mas-Magro”, que intenta sacar optimismo desde el propio pesimismo -, digo que, un científico, sobre todo un buen científico como lo es Simón, no puede ejercer la política sin contradecirse a sí mismo. La política, me refiero a la “Gran Política”, es el arte de decir lo que los demás queremos oír y luego hacer lo que políticamente se quiere. Un científico, pues, no puede ser político (repito que lo digo yo).

Pero, como ya soy viejo, me estoy yendo por las ramas. Así, pues, al grano.

A raíz de esta crisis sanitaria muchos grupos familiares tuvieron que interrumpir la relación con las personas mayores, afectando emocionalmente tanto a los abuelos como a los nietos. Nosotros nos la “ventilamos”, como se dice, mediante el ejercicio de la video-conferencia. No sé qué es peor, me faltaba pantalla para abrazar a mis pequeños.

La “semilibertad”  dictada  a partir del mes de mayo, nos permitió “tocar” a Lucía, a Ana, a Alvaro, a Jorge o a Javier. “Tocar”, con mascarilla puesta y dos metros de separación, lo que no deja de ser un arte. Y así continuamos.

Los expertos opinan que, debido a todos estos cambios, ​»la abuelidad – el concepto que se usa para denominar la relación y función del abuelo con respecto a su nieto– está en suspenso».

Pero a mí, y a la Asociación Gerontológica del Mediterráneo, nos da miedo que, desde esta posición, surja una cierta “abuelofóbia”. Un “ageismo” que suponga una vuelta atrás en las ideas recomendadas por nosotros desde siempre.

«Está claro.  La relación entre abuelos y nietos ha sufrido una alteración importante a partir del periodo de confinamiento». Lo digo yo y lo dicen los estudiosos del hecho.

Pero, ¿qué pasará, en el momento en que los nietos  se incorporen a sus obligaciones escolares?

Para un niño, el colegio es fundamento de su futuro. Por lo tanto hemos de tener clara conciencia de que la prioridad, sobre los sentimientos de amor y necesidad afectiva de los abuelos, es esta necesidad individual. Lo que serán “el día de mañana” depende de la escuela, de la Universidad. De ellos, los niños y jovencitos

Ya lo intuimos y sabemos. La situación se complica en el momento en que vuelvan al colegio o a la escuela y así nos lo dicen los pediatras que, «aunque no sea de la misma forma que al principio de la pandemia”, puede aumentar el riesgo de contagio entre los niños y, como consecuencia, entre los nietos y los abuelos.

La relación de abuelos y nietos es un amor incondicional. Un amor que, casi siempre, se nos va por las manos y por la necesidad de besarlos. Por esta relación de amor, corresponde a los abuelos “protegerse” del cariño de los nietos. Porque los abuelos juegan un importante papel en la familia para ellos y es importante que lo sigan siendo. Es normal manifestar esta emoción mediante el abrazo o el beso.

No olvidemos que según datos del IMSERSO, hasta el 33,1% de los mayores españoles colabora en el cuidado de los menores.

Desde la Asociación Gerontológica del Mediterráneo seguimos insistiendo en que los abuelos hemos de tener paciencia. Mucha paciencia.

Obtener información de fuentes fiables, filtrársela a los nietos y ofrecerla de una forma adaptada a su edad, tratando de evitar  gestos de discriminación o rechazo –por ambas partes-, porque es fundamental para mantener ese hilo de confianza.

Y, lo más importante, seguir a “rajatabla” las recomendaciones dadas por todos los organismos de salud:

El lavado, concienzudo, de manos

El uso de las mascarillas (FP2, en los abuelos). (Y cambiarlas cada semana).

El uso de solución hidroalcohólica (o el alcohol de 70º o la lejía) para desinfección de manos y enseres.

Y, algo más difícil y doloroso, sacrificar los besos y caricias en favor de otros gestos de cariño que los abuelos sabemos realizar con verdadera maestría.

Porque queremos seguir siendo  transmisores, no de virus, sí de valores, fortaleciendo el vínculo entre generaciones. Sin recibir nada a cambio; menos, el maldito microbio.

Los nietos son, para nosotros los abuelos, una fuente de satisfacciones.  ¿Y los abuelos para los nietos? ¿Qué significan? En primer lugar, son un soporte emocional que dan amor, afecto, transmiten experiencias  y buenos consejos (y muchos mimos).

Y ahora, “aviso a los navegantes”: Cuando me ronda el pesimismo ¿sabéis que hago? Pongo en el tocadiscos el vinilo de Benny Goodman. Suena “Sing,sing,sing!”, que se inicia con un coro de trompetas entrando con cierta violencia en mi vida apesadumbrada. Impacta un tanto su agresividad. Para redondear el cuadro trágico del comienzo, aparecen los timbales, como  anunciando el apocalipsis: ¿Será el covid 19? ¿Será mi necesidad de ilusión  que se revela  contra  la tristeza que me quiere marcar el día? ¿Será que nos quieren subir los impuestos?

Pero los golpes sincopados provocan un vacío en el pensamiento, como si me gritara la necesidad de pasar esa página de pesimismo. La página del ¿qué será de mi si esto se prolonga?  Y, de pronto, aparece el clarinete de Goodman, volando en el espacio y burlándose de mí y de mis reflexiones. Surgen unos trombones roncamente dulces y, a los seis minutos, finaliza el ajetreo de la percusión y tan solo queda la dulzura del clarinete y una melodía que me provoca el bailar con el optimismo.

Cuando a los ocho minutos “Sing,sing, sing!” concluye,  mi alma ha sido debidamente purificada.

Y si no gusta el jazz,  aconsejo escuchar el preludio de la Opera “Don Quijote” de Jules Massenet. O relajarse leyendo mi libro “Glosa de lo cotidiano”, en su segunda edición.

 

Francisco Mas-Magro y Magro

Vicepresidente de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo.