Algunos medios lo han aireado. La obsesión, miedo, a una epidemia, derrumbada sobre la humanidad como  maldición de un “dios infame”, nos ha hecho descender del orgullo de ser supermanes  en una era indiscutible; época en la que, algunos creen, que el hombre se sitúa sobre el propio Dios, sobre los propios Ángeles, sobre la misma Naturaleza. Una etapa de hombres dominadores de un tercer milenio, en el que la técnica quiere superar a la técnica y son las ondas sofisticadas, más sofisticadas, mucho más complejas.  Así, el estándar 802.11,  y el  Wireless Fidelity (Wi-Fi) ofrece más credibilidad, hasta el punto de ser ondas adoradas que sustituyen a nuestros Ángeles Custodios, ¿recuerdan?, aquellos que nos acompañan desde siempre.

Fidelidad inalámbrica es la nueva doctrina dominante.  Este es el siglo  que ha creído superadas las malditas aflicciones de antaño. El siglo en el que la colectividad se cree sustituida por la individualidad, la individualidad por el egoísmo, el egoísmo por la egolatría.

(La egolatría no es más que una hedónica idolatría. A uno mismo).

Sí, somos protagonistas de un siglo en el que se blindan conocimientos trascendentes y la sociedad se  aferra a otros conceptos -que tampoco entiende- que utiliza porque es “very latest trend”  y claro, cada cual quiere ser  un “fashion”,  de tal manera que  se sustituye la noción “Dios” por la del  “Yo”, relegando la religión, quiero decir la trascendencia espiritual,  a un plano terciario, como que de  “manías de los viejos”.

Se adora la onda wifiana y no se comprende la existencia de otros pensamientos. Por ejemplo, la Comunión de los Santos. Quizás se adivine si lo explicamos como que es un “estado  “Wireless Fidelity” de almas”, una “Wireless Community of Souls”, en espera, en “stan-by”, en el camino hacia la  “Eternal Life”.

Ayer, sin ir más cerca, saltó en el  “wasap” una noticia, una alarma, dentro de la alarma, que conmovió a muchos.

Es cierto que alguna vez se trata de falsas notas. Alarmantes mentiras destinadas a descomponer la calma de las mentes ya cargadas de ansiedad.

Se decía, con indignación comprensible, que los viejos, con la excusa de la fiebre esta del virus, son abandonados por sus familiares en los hospitales. Abandonados, tal cual, como parece hacen algunos en verano a la sombra de esas merecidas vacaciones (Nos vamos a Santa Pola, ¿qué vamos a hacer con el viejo…?).

No es posible compaginar la sensatez con la noticia. Lo escribo a la sombra de lo leído anoche en uno de mis trescientos grupos de whatsapp.

Si no fuera conocedor de los criterios éticos de mi propia familia, habría puesto mis barbas a remojar, en un episódico ataque de pánico.

Lo pensé, cierto. Tantas personas luchando para que cada vez la vida tenga mayor calidad, y otros ejerciendo un “ageismo”, perdón, una ancianofobia que repugna incluso a los hijos de este siglo.

El criterio de ingreso en hospitales, en el caso que nos ocupa, es estricto, muy bien estudiado y guiado por escalas objetivas. Aplicando, y es necesario, estrictos protocolos del Comité de Ética asistencial.

Pero, ¿qué protocolo dirige a todos aquellos que, aprovechando el estresante trabajo del personal sanitario abandonan a sus abuelos en cualquier box del centro?

A ver, ¿cómo es esto?  ¿Es la antipática wireless que vuelve a confundirnos? Se piensa y se emite a los vientos. Y los viejos soñando en no comerse al malvado virus, sospechando no ya la muerte, sino una vida injusta, inmerecida. Porque incluso los más viejos de los viejos no es que no quieran morirse, es que tiene derecho a una larga vida en la que su dignidad se mantenga hasta el final.

Abandonar, por parte de la familia, a un abuelo en un centro sanitario, aprovechando que el Covid-19 pasa por la puerta, no deja de ser una irritante manifestación de perversión social, y aquí quiero ver a los Servicios Sociales actuando con presteza.

Pero, a mí que no me compliquen la vida. Yo, en mi obligada reclusión, mi “PlayerUnknown’s Battlegrounds” y a sentir mi orgullo de ser  “the best player in the world”.

 

Francisco Mas-Magro Magro

Vicepresidente de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo